UN MANIQUÍ CON VIDA
La top model Ruslana Korshunova
hubiese cumplido los 30 este año. Conoció un ascenso meteórico y conquistó al
mundo de la moda, pero algo la llevó a quitarse la vida un día de 2008.
Ruslana Korshunova (Almaty,
República de Kazajstán, 1987 - Nueva York, 2008) contaba con todos los
ingredientes para triunfar cuando llegó a Europa con solo 15 años: era una
joven dulce, tímida y sonriente, con una melena castaña que le llegaba hasta
las rodillas, y provenía de la antigua Unión Soviética, el reducto predilecto de
la industria para descubrir a las modelos que después desfilarían en las
pasarelas internacionales.
Precisamente de Almaty y
decepcionada volvía la cazatalentos Tatyana Cherednikova: en el concurso de
belleza al que había asistido no había encontrado a ninguna chica que le
pareciese interesante. Por eso durante su viaje de vuelta en avión decidió
ojear una revista para distraerse y olvidar el reciente fracaso. Pronto
una fotografía llamó su atención: acompañaba a un artículo sobre el club de
alemán de una escuela de la ciudad y en ella la protagonista era Korshunova.
Años antes, su madre había
enviado a la pequeña a una de las mejores escuelas de la capital para que allí
pudiese perfeccionar su nivel de alemán. Se le daba bien y era el pasaporte
perfecto para acceder a una plaza en la universidad europea. Años antes, el
padre de Korshunova había ejercido un importante cargo como oficial del
Ejército Rojo, pero este había fallecido cuando ella era una niña. Desde
entonces, la situación económica de su familia había dado un vuelco, por eso
conseguir un buen expediente académico era la única forma de mejorarla.
Sin embargo, una llamada las
distrajo de sus propósitos. La cazatalentos estaba dispuesta a ofrecerle a
Korshunova un contrato como maniquí, aunque su madre no estaba por la labor.
“Me dijo que tenía que estudiar y que era muy joven. Y durante toda la
conversación se mostró muy desconfiada”, comentó años más tarde Cherednikova.
Su mayor temor era que su hija
acabase atrapada en una red de prostitución, pero la ilusión de su hija
consiguió aplacar su recelo. “Mamá, tenemos que intentarlo. Iré solo una vez y
lo intentaré”. Entre su entusiasmo y las promesas de la cazatalentos, que
resultaban de lo más tentadoras, Valentina no pudo negarse. “Claro que me
siento culpable. Ahí estaba, feliz con su madre y preparándose para ir a la
universidad. Y de repente aparecí yo y le dije: 'Hola, ¿por qué no vienes al
mundo del modelaje? Todo es muy bonito allí...'. Y luego todo acabó como acabó. Pero la verdad es que yo
pensaba que sería una buena forma de que consiguiese algo de dinero para ir a
la universidad. De hecho lo es para muchas chicas. Es una oportunidad”, reconoció Cherednikova ante el director de cine y periodista
Peter Pomerantsev.
Desde el principio de su fugaz pero prolífica carrera
como modelo, Korshunova pisó fuerte. Su primera agencia, Models 1, se había
interesado una década antes por Naomi Campbell y Linda Evangelista. Y ella no
poco tenía que envidiarles. “¡La vi de casualidad y parecía salida de un
cuento de hadas! Teníamos que encontrarla así que buscamos sin descanso hasta
que lo logramos. Era increíble,
con rasgos felinos y una belleza intemporal.”, contó Debbie Jones a la edición británica de Vogue en 2005.
Su madre, de la que nunca se
había separado, la acompañó a Londres para realizar su primera sesión de fotos
pagada. “Hasta que llegó a París, nunca se había lavado el pelo ella sola. Era
su madre la que lo hacía por ella”,
comentó Cherednikova. Korshunova participó en la semana de la
moda de Londres y desfiló en las principales pasarelas de todo el mundo, pero
su nombre dejó de ser uno de entre miles de chicas después de protagonizar el
anuncio de la fragancia Nina, de Nina Ricci.
Desde entonces, revistas como Vogue o Elle se la rifaban
para que protagonizase sus portadas y era la modelo predilecta para diseñadores
como Marc Jacobs o Donna Karan.
Todo ese trabajo pronto dio sus primeros frutos: en
apenas unos años, Korshunova ya se había comprado un apartamento en el
distrito financiero de Manhattan y se preocupaba por enviar dinero semanalmente
a su madre y a su hermano, con los que se comunicaba a diario. Pero pesar del
éxito, el dinero y la belleza, Korshunova echaba de menos su antigua vida y a
su familia y amigos, y para superarlo se refugiaba en la poesía.
El 28 de junio de 2008, tres días
antes de cumplir 21 años, Ruslana Korshunova se abalanzó desde el noveno piso
de su apartamento, en la calle Water Street, a las 2:30 de la madrugada. Horas
antes, Korshunova había estado con su exnovio Artem Perchenok viendo Ghost. A
pesar de la ruptura, ambos mantenían una buena relación y seguían compartiendo
la custodia de un gato. “Creo que se dio por vencida”, comentaría él después, aun en shock, tras conocer el
suceso. “Ahora siento que vino a despedirse de mí”.
La supermodelo acababa de volver de París y tendría que
volar a Texas días después. Sin embargo, el actual novio de Korshunova, Mark
Kaminsky, que había quedado con ella para ir a la fiesta de cumpleaños de su
mejor amiga, creía que “estaba haciendo lo que le gustaba”. Se habían mudado juntos a su
casa de Staten Island dos días después de conocerse, pero a pesar de que ella
conservaba su apartamento en Manhattan. Para Kaminsky, su muerte resultó tan impactante como para los demás. “Estaba haciéndolo
genial. Era una supermodelo y estaba muy contenta por serlo”.
Su mejor amiga de la infancia, Kira Titeneva, tampoco entendía qué le podría haber pasado a Korshunova, que se
encontraba en la cima de su carrera. “No había señales. Eso es lo que me está
volviendo loca. No entiendo por qué razón haría algo así”. Sin embargo, para otros conocidos de la joven, su final no resultó tan
inesperado. “Supongo que de repente dejó de ser la chica nueva. Y eso la hizo
caer en una depresión. Al fin y al cabo, ella ya había hecho su dinero y quería
abandonar ese mundo cuanto antes”. La fama no la había cambiado.
Korshunova seguía siendo una chica de 20 años que quería estar cerca de su
familia, pasar tiempo con sus amigos y divertirse sin demasiadas
responsabilidades. Por eso había decidido celebrar su 21 cumpleaños en
Pensilvania con su novio y unos amigos, lejos de la Gran Manzana y su glamur.

La madrugada trágica la policía
aseguró que se habían encontrado varios botes de pastillas en su apartamento.
Aunque su madre y su mejor amiga se sorprendieron al conocer la noticia, sus
cambios de humor se encontraban a la vista de todo aquel que quisiese reparar
en ellos. Tres meses antes de su muerte,
Korshunova escribió en sus redes sociales: “¿Lograré encontrarme algún
día?”. Y también: “Duele como si alguien se llevase una parte de mí y la
rompiese, de manera despiadada y la zapatease por todas partes y después se
deshiciese de ella”. En otra publicación era aún más dura consigo misma: “Soy una puta. Soy una bruja. No me
importa lo que digas... Sé que mis anteriores relaciones no funcionaron porque
soy impredecible”.
Además de Perchenok y Kaminsky,
la supermodelo mantuvo una historia de amor con un magnate ruso del que se
enamoró perdidamente, pero que después acabó abandonándola. Peter Pomerantsev
habló con su amiga Luba sobre este incidente que dejó a su amiga devastada. La
mala suerte en el amor, el estrés continuo que supone trabajar como maniquí y una supuesta pertenencia al grupo de
culto moscovita Rosa del Mundo podrían ser las claves de su aciago final. Según las fuentes
de Perchenok, ella solo había sido el primer caso de una gran lista de
perjudicados. “Primero Ruslana, ahora Anastasia. Me pregunto cuál de mis amigas será la
siguiente.”
Solo un año después de que Korshunova
se tirase desde el balcón de su casa, la modelo ucraniana Anastasia Drozdova
siguió su camino. Ambas compartían los mismos síntomas premonitorios: se habían
vuelto más violentas los últimos meses, habían perdido bastante peso y habían
pagado más de 300 euros por cada sesión de la Rosa del Mundo. De ser así, en
estos encuentros habrían tratado sobre sus traumas con un método de presión
psicológica llamado Lifespring, que ha llevado a muchos de sus miembros a
sufrir problemas psiquiátricos y que se ha relacionado con seis fallecimientos.
Aquellos que lo han experimentado
aseguran que la organización te permite experimentar picos de excitación muy
importantes y al abandonarla te sientes completamente vacío. Korshunova se
sentía exactamente así, pero nunca sabremos a qué se debía exactamente su
dolor: si a un desarraigo infantil, los estragos de una industria que presiona
a las mujeres hasta convertirlas en un objeto, o el desamor. O quizás una
mezcla de todo ello. La única respuesta es que nunca logró apartarlo de su
vida. Y un día de verano de hace nueve años prefirió apartarse ella.
Olav.-