UN ASALTO DEL CORAZÓN EN UN TAXI
Eran la una y media de la madrugada
cuando tomamos un taxi para ir de
regreso a casa, desde el ovalo de Miraflores hacia la av. Brasil por dirección de la av. El
ejército, Cuando conversando con mi acompañante, escucho a voz quebrada, un
sonido agudo que me hace poner atención con el otro oído lo que acontece
mientras viajamos; siempre despierto como de costumbre, alerta de lo que puede
suscitar en el camino y más cuando se trata a altas horas por las calles
solidas e inseguras de Lima. La voz contestaba a una llamada de móvil, donde el
taxista contesta e intenta recibir la peor llamada de su vida, dejándome
atónito por su respuesta de
desesperación calmada o silencio ensordecedor que solo el que pone
atención se daría cuenta, le estaban
diciendo que su hija tenía tres horas de vida, mientras conducía llevándonos a
casa, su madre de este le comentaba ya que hacia guardia en el hospital velando
por la salud de la hija del taxista.
Al parecer se trataba de una
niña, y en el recado se alcanzaba a oír que le pedían cuatrocientos soles para dar paso a algún
intento de resucitación o algún método
de reanimación, el taxista por supuesto, no contaba con el dinero.
Empezó a llamar a sus amigos más allegados; en la primera llamada después de
colgar a su madre, se contactó con un amigo que al parecer lo sacaba de una
reunión o fiesta, para pedirle o mejor dicho rogarle que le prestara doscientos soles, negándose este no pudo
ayudarlo, el taxista termino desconsoladamente por colgar y agradecer, continuando
con la otra llamada, se contactó con un señor que también al parecer le debía un
dinero que no le cobraba hacia mucho,
pero su intento de desesperación lo llevo a llamarle y pedirle que le pagase,
no consiguiendo suerte, termino por
colgar.
Mi acompañante y yo nos quedamos
angustiados, porque la reacción del taxista se hizo más sonante, pero no
llegando a un grito de auxilio, justamente porque estábamos en el trayecto a
casa y no podía darse el lujo de hacernos bajar e irse a por su hija ya que necesitaba
el dinero que nos estaba cobrando por la carrera.
Atinamos a quedarnos callados y
poner atención a lo que seguía haciendo el taxista, conduciendo y llorar en silencio sin que nadie lo mirase.
Tal vez el corazón de mi acompañante no fue muy impactado por lo que le sucedía
al taxista, fue más bien de miedo como especie de asalto por una cuestión
fingida por el hombre, la mía fue totalmente clara, recibía muy bien el mensaje y presentía
que lo que le pasaba en ese momento era más que sobre humano, el hecho de
sobrevivir a tal desesperación frente a unos pasajeros y cumplir con su
servicio debió ser vibrante e impotente.
Pero fue mi frustración de no poder ayudarlo, de ser así sacaba de la cartera esos cuatrocientos soles
y se los regalaba, me iba con la satisfacción de haber salvado una vida.
Nos dejó al pie del edificio,
bajamos y cerramos la puerta, mi mirada
no se distanciaba de el por ningún solo minuto, fue que el taxista avanzo
unos metros más, y parado por el semáforo que marcaba en rojo se echó a llorar
como un niño, limpiándose las lágrimas después de ver pegado el llanto de dolor
con la cabeza recostada en el timón, cambio a
luz verde y se marchó.
Olav A.
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