VIENA
Hoy anduve por toda la mañana deambulando
que cosa escribir en este blog participativo entre mi compañera de trabajo y
quien habla, pero da la casualidad que ambos somos difíciles de despabilarnos,
de desenrollar las emociones, la sensibilidad a flor de piel, por más que
seamos muy sensibles en nuestro interior y muy observadores en cuanto a lo que nos
rodea, pero cuesta manifestarlo y como el papel aguanta todo, es mucho más
sencillo poder plasmarlo en este espacio que solo disfrutamos los dos, sin correcciones
de estilo o ediciones de algún tipo culto o literato, pese a que, sea el que
redacta un nuevo escritor y corrector de estilo literario.
No quería que pasara un día más
sin alinear estas frases hechas
oraciones conjuntas que hilan una bonita o melodiosa voz interna que recitan, por lo tanto me atrevo a dibujar
las palabras exactas para que se
entienda el mensaje que quiero llevar a
quien lo lea.
Empiezo a pensar en una palabra y
Billy Joel me da la magia que espolvorea
en mis sentidos, en mi grado de sensibilidad,
en la imagen que se me viene cuando pienso en Viena, la muchacha que llora sin
una razón a tan solo ritmo de nostalgia
y puramente de tristeza melancólica que embarga sus entrañas, como se ve en la
profundidad de sus letras de la misma canción; recuerdo un pasaje que: la niña
encerrada en su armario tipo desván o ático está sentada en cuclillas llorando
sin nadie en la casa, espera a por sus padres que no estaban presentes en ella,
que el tiempo había transcurrido de una forma violenta, fugaz como un tren en
medio de unas líneas oxidadas que como rayo
veloz pasa sin dejar huellas, es como si el envejecer no encierra nada
pero a la vez todo –palabra que se utiliza en este párrafo--, por lo mucho que las experiencias marcan en
nuestra vida. De no arrepentirnos de nada porque de no ser así no se hubiera aprendido
a hacer bien las cosas.
La nostalgia, la tristeza
embriagada por el terrible frío de la mañana
hacen que este escenario de rienda sueltas a lo que cuán importante es
estar solo para permitirse acercase a uno mismo, sin la necesidad de estar patéticamente
deprimido para detenerte y pensar en ti en aquel espacio que te hayas mejor sin
importar donde se ubique, ya sea debajo de la cama como cuando éramos niños,
para que nadie nos veas ni siquiera Dios, eso creíamos, o algún rincón al pie de
tu cama, o detrás de las cortinas de tu ventana que este arroja tu cuarto, etc.
Mucho tiene que ver el lugar donde te ubiques y quieras llegar a descubrirte a
ti mismo.
Cierro este relato con tan solo quedarme con la
nostalgia de que Viena espera por mí, al envejecer o al quedarme en la juventud
siempre espera por mí.
Olav A.
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